miércoles, 9 de abril de 2014

El Pastor y la Luna.

Endimión
Endimión
Que buscando a Diana viajas
Por toda Grecia y Arcadia

Vuelve sobre tus pasos insensatos
Que en el amor solo hay recato
Y el más amoroso tesoro
No es sino en el cofre del decoro.

Una noche le aconteció
Que se enamoró de la Luna
Hechizado por su mirada
No tuvo elección ninguna

¿Qué mano talló su rostro
A la vez luna y mujer?
¿Qué boca tras esa mano
Cantó su gloria y placer?

Endimión la perseguía
Por tierra y por firmamento
Diana se le escabulló
En nocturno elevamiento.

Al no poder alcanzarla
Vomitó umbrío juramento
“Sí mía no ha de ser ella
Cierto es que moriré

Más si logro conocerla
En eterna gloria yaceré
Usurpando el trono de Apolo
Quizá en el sol me convierta”

Endimión corrió hacia el horizonte
Buscando tomarla en su bajada
“Te he encontrado, eres mía”
Le reclamó por fin a su amada.

El pastor y la lumbrera                
Jugaron amorosos deportes
Y ya bajo la luz de Apolo
(¡Extasiados!)
Diana contempló a su consorte.

Endimión le devolvió la mirada
Ya manso el caudal de su hombría
La percibió vil, como afeada
Y con horror maldijo su vida.

“Si la belleza es virtud
Pareces más que viciosa
Tu así, despojada de tu luz
No mereces llamarte Diosa”.

Y así huyó el amante de la luna:

Aprendiendo que no hay ni ha de haber
Que el no correspondido más grande amor
Ni jamás habrá mayor fortuna
Que un eterno y anhelante ardor.

La Luna, ya despechada
Le ofreció su rostro a la Nada
Para que nadie más observe
Su triste y humana cara.
Desde entonces ya ningún mortal conoce
El rostro oscuro de Diana.