Cada
solsticio de verano, Dios, el destino o el universo (que suelen ser la misma
cosa) designa un elegido para encontrar La Palabra. Dicen los que saben que
esta palabra suele estar escrita en un papel ordinario, pero siempre
inmaculadamente blanco. Las letras doradas que conforman la palabra son
ilegibles para cualquiera que no sea el elegido; el papel se puede hallar en
cualquier parte, desde el bolsillo de un hombre común hasta dentro de una
máquina de gaseosas.
La
palabra contiene entre sus letras el secreto del universo y el conocimiento de
todas las cosas, existentes y no existentes.
El
hombre que descubrirá la palabra es visitado por una aparición espectral,
indefinible y vacilante entre ángel y demonio. El rostro del ser está cargado
de tanta veracidad que el elegido no suele dudar de lo que le refiere este
mensajero: sin embargo, son pocos los que deciden buscar El Papel con La
Palabra. El ser les advierte que, luego de conocerla, es posible que nunca más
vuelvan a ser los mismos. Pocas cosas más aterradoras que el cambio: Kafka,
Bram Stoker, Robert Stevenson y tantos otros lo supieron plasmar de sobra.
A
mediados de diciembre de 1998 el fantasma se le apareció a Edgar Creed, un
emigrante irlandés que vivía en una mugrienta pensión de Flores y trabajaba de
peón de flete. Ya cumplidos los pactos tácitos y advertencias de rigor, el ser
mensajero se fue y dejó al colorado Edgar sumido en la confusa resolución de
saber el secreto del universo. Siguiendo las instrucciones del ángel-demonio
encontró un pequeño papel arrugado dentro de los senos de una vieja prostituta
que residía y trabajaba en el barrio de Villa Crespo. Algunos viejos conocidos declararon imperturbables que el conocimiento universal tan sólo era una excusa para frecuentar el tugurio de mala muerte donde trabajaba la puta.
Con un
frenesí similar a la gula desdobló la pequeña hoja, listo para recibir dentro
de sí toda la significación de la vida. Ya casi podía sentir como su mente se
desplegaba y absorbía cada pequeña parte del universo.
En
letras doradas, el papel tenía escrita la palabra “NADA”.
Edgar
Creed abandonó el prostíbulo, dejando atrás El Papel, un tendal de risas
histéricas y los gritos de la Ethel, prostituta impaga. Nunca más volvió a la
pensión, y sus compañeros de trabajo no dudaron en pensar que seguro se había
ido con alguna dama de esas cuyo amor eterno sólo dura un verano.
Sin
embargo, los que saben suelen no conocer una pequeña pero no menos vital parte
de la leyenda de La Palabra. Yo tampoco la sabía, pero el mismo viejo que me
contó la historia de Edgar Creed me refirió el resto del mito.
Así
como está El Papel con La Palabra, existe otro prácticamente igual, pero con un
contenido distinto. El Diablo, el destino o la conciencia del que anhela
conocer los secretos del universo aún no siendo elegido (que suelen ser la
misma cosa) a veces suplanta la identidad del Ser Mensajero, e ilusiona a algún
miserable con la posibilidad del conocimiento absoluto. Siguiendo los mismos
procedimientos, el engañado finalmente descubre un papel con otra Palabra, cuyo
significado es indefectiblemente falso y lleva a su lector a la locura y la
desesperanza.
Lamentablemente
soy simplemente un narrador, no un elegido, y no sé si El Papel que halló Edgar
Creed fue el verdadero o el falso.